La masacre de un martes de mayo se impuso al momento en el que me encontraba escribiendo sobre la masacre de un sábado cualquiera en los Estados Unidos de América.
La definición generalizada de lo que es un mass shooting - compartida por instituciones como el Congressional Research Service (CRS) o el Federal Bureau of Investigation (FBI) - los caracteriza como “múltiples incidentes de homicidio con armas de fuego, que involucran a 4 o más víctimas en uno o más lugares cercanos entre sí. A menudo se hace una distinción entre tiroteos masivos privados y públicos (por ejemplo, una escuela, un lugar de culto o un establecimiento comercial). No se incluyen tiroteos masivos perpetrados por terroristas extranjeros, sin importar cuántas personas mueran o dónde ocurra el tiroteo”.
Como refiere el Departamento de Criminología de la Universidad de Pennsylvania, algo a tener en cuenta es que
el umbral de 4 o más muertes es arbitrario. También hay exclusiones importantes. Por ejemplo, si 10 personas reciben disparos pero solo 2 mueren, el incidente no es catalogado de “tiroteo masivo”. Tampoco se contabilizan los homicidios por otros medios. Si 5 personas son atropelladas y asesinadas deliberadamente por un individuo que conduce un vehículo motorizado, las muertes no cuentan porque no se trata de un arma de fuego. También hay inclusiones que pueden parecer curiosas considerando que los motivos de los perpetradores no se consideran al definir un tiroteo masivo.
Hace 10 días, la masacre en un supermercado de un barrio mayoritaritariamente afro-estadounidense de Buffalo, New York, nos dejó atónitos. Un episodio así no se conocía desde… la masacre en Sacramento, California en el mes de abril. El asesino de Buffalo, Payton Gendron, transmitió todo en vivo por la plataforma Twitch y explicitó las causas de su accionar en un documento de 180 páginas de su autoría, lleno de insultos racistas y contra los inmigrantes, y referencias a lo que se conoce como “la teoría del Gran Reemplazo” (great replacement theory).
Esta teoría fue abrazada por grupos nacionalistas blancos y - a grandes rasgos - postula que en el mundo existe una jerarquía racial en la que los blancos deberían estar en la cima. Sin embargo, postula que estos últimos están perdiendo estatus y poder económico, cultural y político ante el crecimiento y expansión de los derechos de los colectivos etno-raciales, evidencia tanto de la destrucción de la sociedad y orden “tradicionales” como del arrebatamiento de sus “innatos” derechos y privilegios. Así, corren el riesgo de “ser reemplazados” de los espacios de poder hegemónico por personas no-blancas y desplazados a la categoría de “grupos minoritarios”.
Esta teoría tuvo arraigo en Europa a partir de la obra del escritor ultraderechista francés Renaud Camus, titulada justamente "Le Grand Remplacement" (“You will not replace us” en inglés), reivindicada y recuperada por los partidos políticos de derecha. En Estados Unidos, esta teoría adoptó caracteres particulares y su arraigo entre ciertos sectores responde a fuertes raíces históricas que hay que buscar en la emancipación de las personas negras esclavizadas, la expansión de sus derechos político-electorales luego de la guerra civil (1861-1865) y la sanción de la Enmienda 14 de la Constitución (1868) que estipula que, con algunas excepciones, las personas nacidas en territorio estadounidense son ciudadanas de este país, independientemente de la raza, la etnicidad, o el origen nacional de sus padres.
La policía local y el FBI calificaron la masacre de “crimen de odio y un acto de extremismo violento con motivaciones raciales”: Gendron buscó deliberadamente una localidad con un alto porcentaje de población negra y detalló cada paso y logística de su plan para matar a la mayor cantidad posible. De las 13 personas baleadas, 11 resultaron afro-descendientes.
Al día siguiente, domingo 15 de mayo, se produjo otro tiroteo masivo durante el servicio religioso en una iglesia en California. La mayoría de las 10 víctimas fatales eran de origen asiático. En los 8 días subsiguientes se produjeron 14 masacres más. Según Gun Violence Archive, en los 144 días que van del año 2022 se produjeron 211 mass shootings: un promedio de casi 1,5 por día… Sin embargo, este número excluye los tiroteos que se cobraron menos de cuatro víctimas fatales. Me pregunto si esos calificarán, simplemente, como “hechos de inseguridad”.
El 2021 ya había concluido con un aumento del 53 % en los mass shootings en relación al 2020, número que a su vez representaba un incremento de casi el 97 % desde 2017, según estadísticas presentadas en un informe del FBI de mayo de 2022. El mismo informe resaltó también la existencia de “una tendencia emergente de tiradores activos itinerantes, es decir, tiradores que abren fuego en varios lugares, ya sea en un día o en varios lugares durante varios días”.
Curiosamente - o no - el FBI no menciona las motivaciones de los asesinos en su informe. No haber replicado la incansable teoría del Lone wolf (“lobo solitario”) sea, tal vez, un avance, ante la existencia de lo que ya no escapa a la categoría de manada con la que habría que lidiar en términos de sobrepoblación.
Pero atar cabos no es difícil. En 2022, el mismo FBI reiteró una advertencia realizada por el organismo en 2018: la necesidad de considerar seriamente el creciente número de ataques protagonizados por extremistas blancos como una amenaza a la seguridad nacional. Por ese entonces, el Anti-Defamation League Center on Extremism (Centro de Extremismo de la Liga Anti-Difamación) informaba que el 71% de las muertes relacionadas con extremistas en Estados Unidos entre 2008 y 2017 habían sido cometidas por miembros de grupos supremacistas blancos o de extrema derecha. Y sin embargo, durante dos décadas, las operaciones anti-terroristas de Estados Unidos, a las que se había destinado casi $ 3 billones solo entre 2002 y 2017, se había centrado en amenazas extranjeras.
En abril y nuevamente en septiembre de 2020, informes preliminares del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) sobre evaluación de amenazas referían a los grupos supremacistas blancos estadounidenses como “la amenaza terrorista nacional más persistente y letal que enfrenta Estados Unidos, por sobre el peligro inmediato de los grupos terroristas extranjeros”, mientras que Rusia aparecía como la principal amenaza para difundir desinformación. Otras cuestiones referidas en dichos informes destacaban las capacidades de guerra cibernética de Irán y China, y advertían sobre un aumento de la migración hacia la frontera suroeste.
A fines de 2020, el DHS ya hablaba de un “contexto de amenazas crecientes al menos hasta principios del próximo año” y concluía que grupos extremistas estadounidenses habían capitalizado el aumento de las tensiones sociales y políticas” durante los cuatro años anteriores. En febrero de 2021, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Gutiérrez, advirtió que la supremacía blanca y los movimientos neonazis se están convirtiendo en una “amenaza transnacional” y que aprovecharon la pandemia y los recursos que los medios electrónicos y redes sociales les otorgaron para reforzar su influencia. Dos meses después, en mayo de 2021, el fiscal general de Estados Unidos, Merrick B. Garland, y el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro N. Mayorkas, reafirmaron ante el Comité de Asignaciones del Senado que la mayor amenaza interna que enfrenta Estados Unidos proviene de lo que ambos llamaron “extremistas violentos con motivaciones raciales o étnicas. Específicamente aquellos que abogan por la superioridad de la raza blanca”. Esto fue reiterado en 2021.
En ese entonces, la Casa Blanca publicó su Estrategia nacional para luchar contra el terrorismo doméstico. En ella afirmaba que:
“El terrorismo interno plantea una amenaza grave y en constante evolución. Una disposición de la ley federal define el “terrorismo doméstico” como “actividades que implican actos peligrosos para la vida humana que constituyen una violación de las leyes penales de Estados Unidos o de cualquier Estado; parecen tener la intención de intimidar o coaccionar a una población civil, influir en la política de un gobierno mediante la intimidación o la coacción, o afectar la conducta de un gobierno mediante la destrucción masiva, el asesinato o el secuestro; y ocurren principalmente dentro de la jurisdicción territorial de Estados Unidos”. La amenaza del terrorismo doméstico actual, según la evaluación integral de la comunidad de inteligencia y aplicación de la ley de Estados Unidos a principios de 2021, involucra una combinación compleja de elementos.
De acuerdo con esta evaluación, un aspecto clave de la amenaza del terrorismo doméstico actual surge de las redes y los extremistas violentos por motivos raciales o étnicos cuyo odio racial, étnico o religioso los lleva a la violencia, así como a aquellos a quienes alientan a tomar medidas violentas. Estos actores tienen diferentes motivaciones, pero muchos enfocan su violencia hacia el mismo segmento o segmentos de la comunidad estadounidense, ya sean personas de color, inmigrantes, judíos, musulmanes, otras minorías religiosas, mujeres y niñas, personas LGBTQI+ u otros. Su insistencia en la violencia puede, en ocasiones, ser explícita. También puede, a veces, ser menos explícito, acechando en ideologías arraigadas en una percepción de la superioridad de la raza blanca que llama a la violencia para promover nociones perversas y abominables de "pureza" o "limpieza" racial.
Otro componente clave de la amenaza proviene de los extremistas violentos antigubernamentales o contra la autoridad. Este componente importante de la amenaza actual incluye las autoproclamadas “milicias” y los extremistas violentos de las milicias que toman medidas para resistir violentamente a la autoridad o leyes del gobierno o facilitar el derrocamiento del gobierno de Estados Unidos […] Otros terroristas domésticos pueden estar motivados a la violencia según ideologías monotemáticas relacionadas con el aborto, los derechos de los animales, el ambientalismo, la abstinencia sexual, y otros; o bien estar motivados por una combinación de influencias ideológicas.”
Cuando me disponía a enviarles una versión anterior de esta entrega, llegaban noticias de que la masacre número 212 se había producido en Texas, en una escuela primaria con una matrícula de unos 500 estudiantes, casi el 90% de ellos latinos. Primero se informó de 16, luego 18; ahora 19 niñxs y tres adultos asesinados por un joven de 18 años, quien habría sido abatido.
Según el jefe del Departamento de policía local, a esta escuela primaria asisten niños y niñas de 2º, 3º y 4º grado, lo cual indicaría que las edades de las víctimas oscilan entre los 7 y 10 años, convirtiéndola en la peor masacre en una escuela primaria desde Sandy Hook (Connecticut, 2012), cuando 20 niños y niñas entre los 6 y 7 años de edad y seis adultos fueron asesinados por un joven de 20 años.
Todo lo expuesto parece, sin embargo, insuficiente para que las legislaturas locales, estaduales o el Congreso Federal discutan el control de armas como política pública. Los sectores conservadores defienden la segunda enmienda (el derecho a poseer y portar armas) con una intensidad con la que nunca han defendido otras enmiendas como la 14 o la 15 (los gobiernos estaduales no pueden impedir a un ciudadano votar por motivo de su raza, color, o condición anterior de servidumbre o esclavitud).
Texas, por caso, resulta emblemático. Es uno de los 50 estados que ha impuesto más requisitos y restricciones para ejercer el derecho constitucional al voto que para adquirir un arma. El estado gobernado por el republicano Greg Abbott legalizó a partir del 1 de septiembre de 2021 la portación de armas de fuego para mayores de 21 años SIN UN PERMISO O LICENCIA de portación (open carry).
La combustión que genera la amenaza del terrorismo supremacista blanco y el fácil, facilisimo, acceso a las armas explica el incremento exponencial en los mass shootings en los que la violencia racial es un factor determinante. Y una vez más, resultan crónicas de masacres anunciadas que presentan patrones en relación a espacios, perfil de los perpetradores y de las víctimas que cada vez adquiere más las características de “limpieza étnica”.
Hoy por hoy, la supremacía blanca, en tanto ideología racial, le da sustento a un ejército de “lobos solitarios” que si bien no necesita de organizaciones formales para devenir en amenaza y accionar en consecuencia, se expande tanto dentro como fuera de los espacios institucionales. El crecimiento de las milicias (un eufemismo para lo que no dejan de ser grupos paramilitares) y grupos de odio, se ve acompañada de la histórica desidia de la política, que se niega sistemáticamente a tomar cartas en el asunto. Mientras los sectores de siempre piden no politizar las muertes por el descontrol de armas (pero politizan desde los derechos reproductivos, lo que se puede o no leer y enseñar en las escuelas, y los marcos teóricos de los críticos sociales), la falta de voluntad política, el negocio detrás del lobby armamentístico liderado por la National Rifle Association (que en 2021 contó con un presupuesto para tráfico de influencias de alrededor de 3,31 millones de dólares) y la primacía de las armas se imponen por sobre todo lo demás. Porque, después de todo, la de las armas no es tanto una cultura (“gun culture”, según la acepción del historiador Richard Hodftadter) como una forma de control social de un segmento de la población sobre otro avalada desde arriba.
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Gran aporte Valeria. Pregunto: 1. ¿Cómo impacta este crecimiento de sucesos tan extremadamente violentos al interior de la comunidad blanca, llamémosle, progresista? 2. ¿Hay algún reclamo de la comunidad afrodescendiente organizada que impulse cambios en la legislación sobre la portación de armas? Gracias.