Trabajo, sí; Trabajador, no
Sobre el Primero de Mayo, la revuelta de Haymarket y esos derechos laborales no conmemorados en EEUU
El Primero de Mayo se conmemora, en casi todo el mundo, el Día Internacional del Trabajador. Una jornada propuesta en 1889 por el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional para recordar a los Mártires de Chicago, aquellos cuya lucha en la década de 1880 dio pie a la conquista de la jornada laboral de 8 horas.
Sin embargo, pocos en Estados Unidos los recuerdan. De hecho, el Día del Trabajador no existe oficialmente allí. Ese día es, curiosamente, el día de la Lealtad. No, no esa lealtad. Según una resolución del Congreso de 1958, es el de la “reafirmación de la lealtad hacia los Estados Unidos de América y el reconocimiento de la herencia de la libertad estadounidense”, y fue establecido con el objetivo de “contrabalancear” el 1 de mayo “comunista”.
Pocos sectores reivindican, conmemoran o recuerdan el Primero de Mayo en tanto Día del Trabajador en el país cuyo movimiento obrero terminó impulsado la jornada. En su lugar, se impuso - desde arriba - un Día del Trabajo (Labor Day) el primer lunes de septiembre, cargado de un simbolismo muy distinto al del - reivindicado desde abajo - Primero de Mayo.
La clase obrera de un país cuyo mito dice que ha carecido de un movimiento de trabajadores fuerte y organizado, nos dio no solo el Primero de Mayo, sino el Día Internacional de la Mujer (trabajadora), la Federación Estadounidense del Trabajo y la International Workers of the World, la huelga solidaria y la táctica del boicot. También nos dio el modelo de los sindicatos amarillos, los burócratas sindicales, los acuerdos de productividad y la idea de “paz social”. Como dice Pablo Pozzi,
“son las dos caras de la contradicción. Y si bien hoy en día la burocracia, la patronal los oprimen y los aplastan, llevan adelante heroicas huelgas y conflictos a pesar de que el Estado hace casi imposible la organización sindical. Y sin embargo los obreros estadounidenses no saben nada de la historia que supieron forjar.”
"Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa". Este lema sintetizó la reivindicación que más de 350.000 trabajadores (hombres, mujeres y niñxs) reclamaron en todo el país un 1 de mayo de 1886. Lo que se planteaba era la revisión de la Ley Ingersoll (1868), que si bien había establecido la jornada de ocho horas para empleados del gobierno federal y trabajadores de obras públicas, no solo no alcanzaba a los obreros industriales sino que, como destaca mi colega Malena Lopez Palmero, la ley “admitía tantas excepciones que era totalmente impracticable en el sector privado y parcialmente en el sector estatal, como en la obra pública. Se estima que para fines de siglo, una jornada laboral promedio giraba en torno a las once horas diarias. A ello se le agregaban los bajos salarios, altos índices de desempleo, pésimas condiciones de seguridad e higiene en el trabajo, etc.”
En Chicago, uno de los centros industriales más grandes y con peores condiciones del país, la huelga masiva del primero de mayo no solo contó con la adhesión de cerca de 40.000 trabajadores, sino que continuó en días subsiguientes. Algunas fábricas, como la de maquinaria agrícola McCormick cuyos trabajadores se encontraban en huelga hacía meses, siguieron produciendo recurriendo a rompe-huelgas y esquiroles. El 2 de mayo, cerca de 50.000 trabajadores se volcaron a las calles para ser reprimidos por la policía en respuesta. La escena se repitió al día siguiente. Manifestantes que se encontraban en las cercanías de la McCormick al final de la jornada laboral se enfrentaron con esquiroles, lo que terminó con seis obreros muertos y varias decenas de heridos a manos de la policía.
Tras los sucesos del 3 de mayo, y con la solidaridad del Chicagoer Arbeiter-Zeitung (un periódico anarquista de la comunidad de trabajadores alemanes), se llamó a continuar con la protesta: se denunció la represión policial y se convocó a una marcha y asamblea para el día 4 en Haymarket Square.
Y fue ese día cuando se produjo lo que pasó a la historia como la Masacre de Haymarket. Unos 2000 trabajadores respondieron a la convocatoria. Hacia el cierre del acto, mientras uno de los dirigentes se dirigía a la multitud, alguien arrojó una bomba contra la policía, que había arribado pocos minutos antes para dispersar a los manifestantes. El accionar de lo que luego fue denunciado como “el acto de un infiltrado” resultó en entre seis y ocho agentes muertos.
Lo que siguió fue violencia, muertos (casi 40), heridos (más de 100) y un cuestionado juicio a 31 acusados que terminó condenando a ocho, entre los que se contaban trabajadores de periódicos obreros. Una represalia por divulgar la lucha de los trabajadores. Una abierta represión ideológica en relación a la legitimidad y memoria de la protesta obrera. En palabras del referente anarquista Alexander Berkman, “el juicio de esos hombres fue la conspiración más infernal del capital contra los trabajadores en la historia de Estados Unidos. Pruebas perjuradas, miembros del jurado sobornados y la venganza policial se combinaron para provocar su perdición.”
Los mártires de Chicago fueron Oscar Neebe, condenado a 15 años de trabajos forzados; Samuel Fielden y Michael Schwab, sentenciados a cadena perpetua. August Spies, George Engel y Adolf Fischer recibieron la pena de muerte. A pesar de no haberse encontrado en el lugar de los hechos, Albert Parsons decidió entregarse voluntariamente para estar con sus compañeros. Fue condenado a la horca. Louis Lingg se suicidó en su celda el 10 de noviembre de 1887, un día antes de la ejecución.
Lo que siguió fue una abierta persecución contra el movimiento obrero estadounidense: redadas policiales, detenciones, encarcelamientos y despidos se contaron por centenares. La prensa hegemónica, encabezada por el Indianapolis Journal, el Chicago Tribune e incluso el The New York Times, impulsaron la condena social de los huelguistas y reclamaron la pena de muerte como sentencia ejemplar.
Pocos años después, el gobernador del estado de Illinois, John P. Altgeld, declaró que “los mártires de Chicago” habían sido víctimas de irregularidades, actos ilegales, abusos judiciales, perjurio de testigos, jurados “elegidos para la ocasión”, y los prejuicios del juez que definió las condenas. En 1893, Altgeld decidió indultar a Fielden, Neebe y Schwab, que aún cumplían sus condenas de prisión. Posteriormente, un nuevo juicio absolvió la memoria de los condenados al demostrarse la ilegalidad de todo el proceso judicial.
Desde 1889, y durante décadas, la plaza Haymarket de Chicago recordó los eventos del 1 de mayo con un monumento… a la policía. Según el Chicago Monuments Project,
Símbolo del polarizado debate en torno al activismo laboral y el accionar policial, este asediado monumento ha sufrido más abusos físicos que cualquier otra obra de arte público en Chicago. El monumento se inauguró en 1889 en el lugar del bombardeo de Haymarket en 1886 y lo pagaron ciudadanos privados. El monumento a los siete oficiales que murieron como resultado de la violencia entre los trabajadores en huelga y la policía, ha sido bombardeado dos veces y golpeado por un tranvía en un extraño accidente. Trasladado [siete] veces en su historia, ahora está protegido en el patio del Centro de Entrenamiento de Policía en West Jackson Blvd.
El “extraño accidente”, protagonizado por un maquinista llamado William Schultz, se habría producido por una falla en los frenos de un tranvía conducido por un trabajador “harto de ver a ese policía con el brazo levantado en nombre de la ley”. El mismo hartazgo que, de tanto en tanto, se evidenció en el símbolo del movimiento anarquista (A) dejado como recuerdo a la resistencia en las diferentes ubicaciones del monumento.
Es en el cementerio de Forest Park donde hoy se erige el monumento a los Mártires de Chicago, una estatua de bronce elaborada por Albert Weiner en 1893 y financiada por trabajadores. El lugar fue estratégicamente seleccionado ya que se convirtió en lugar de peregrinaje por ser donde los mártires y otros reconocidos líderes laborales de la ciudad habían sido enterrados. La obra simboliza “a una joven desafiante que representa el futuro revolucionario. Ella pone una corona de laureles sobre la cabeza del trabajador mártir”. Al pie del monumento aparece “1887”, el año de la ejecución de los huelguistas de Chicago, acompañado de las palabras pronunciadas por August Spies el día de su muerte: “Llegará el día en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy estrangulan”.
Desde 1997, este memorial tiene una placa colocada por el gobierno que lo identifica como monumento histórico nacional, y reconoce la contribución de la lucha de los trabajadores en la historia de los Estados Unidos. Matthew Friedman, de The Memorial Project, afirma que
Hay una gran ironía en todo esto, y no solo que el estado haya reconocido la importancia de un monumento a los militantes radicales que lucharon contra el poder del estado. Si bien las comunidades asignan rutinariamente recursos públicos para conmemorar guerras con grandes monumentos de piedra y eligen qué recuerdos traumáticos merecen reconocimiento, ninguno de los monumentos a los mártires de la lucha de los trabajadores - en Forest Park, en Ludlow, Co., el de las víctimas del Triángulo del Incendio de Shirtwaist Factory en Nueva York - reciba financiamiento público. Fueron construidos y mantenidos por los mismos trabajadores y trabajadoras. La placa del Servicio de Parques Nacionales es poco más que un reconocimiento a regañadientes de un movimiento que el estado preferiría silenciar.
Primero de Mayo: no es feliz, sino cargado de memoria y en lucha.
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