EEUU: una historia marcada por "la elección más importante de nuestra vida"
No. Estas elecciones no son ni las más definitorias ni las más importantes de la historia estadounidense.
Un mes nos separan de las elecciones de medio término en Estados Unidos. Y ya se escucha esa letanía que sonará hasta 2024: “Estamos ante el ciclo electoral más importante de la historia estadounidense”.
Pues no.
Como referimos ante las elecciones de 2020, y repetiremos camino al 2024, las midterm de 2022 no son ni las más definitorias ni las más importantes de la historia estadounidense, amen de sus particularidades o peculiaridades contextuales.
Elecciones importantes hubo varias. La de 1912 enfrentó por primera vez a cuatro candidatos de proyección nacional (el demócrata Woodrow Wilson, el republicano William Taft, el candidato del partido Progresista Theodore Roosevelt y el socialista Eugene Debs) en unas elecciones marcadas por denuncias de corrupción y tráfico de influencias. La de 1932, cuando Franklin D. Roosevelt se alzó con la victoria en el difícil contexto de la crisis de 1929 y la gran depresión. La de 1968, sucedida en medio de una profunda crisis económica, con las calles en manos de numerosos colectivos y movimientos manifestando su descontento con la política doméstica y exterior, y con una nación padeciendo el impacto de los dos más recientes asesinatos políticos: el de Martin Luther King, Jr., referente de la lucha del movimiento negro, el 4 de abril; y tan solo dos meses después la del precandidato con más chances de obtener la nominación del partido demócrata, Robert Kennedy. La de 1972, celebrada en medio del escándalo político e institucional que implicó el caso Watergate. La de 2004, cuando en el contexto de la lucha contra el extremismo y las masivas manifestaciones contra la invasión a Irak, un Presidente que había accedido a la Casa Blanca luego de un comprobado fraude electoral en el estado gobernado por su hermano (Jeb Bush), buscó la reelección. La de 2008, cuando en medio de una crisis financiera global producto del colapso de la burbuja inmobiliaria y de la crisis de las hipotecas subprime, un afrodescendiente y una mujer contaban con chances reales de convertirse en el primer presidente entre los de su raza o género en la historia del país.
En términos de elecciones tan importantes como definitorias, la de 1860 enfrentó a un país a la perspectiva de una secesión. La victoria de Abraham Lincoln desató un conflicto bélico de perdurables consecuencias en el plano político, económico, social, cultural e ideológico. La elección siguiente (1864), realizada en la última etapa de una cruenta guerra, no solo puso en juego los votos de los soldados apostados en el frente, sino la configuración de un mundo posbélico en el que había que decidir el destino de los rebeldes derrotados que conformaban la mitad del territorio del país y cómo integrar al entramado socio-político y económico a 4 millones de personas esclavizadas ahora consideradas legalmente libres.
En lo que hizo a elecciones legislativas, las de 1864 y 1866 - en el contexto de la inmediata posguerra civil - marcaron la constitución del que fue el Congreso más relevante de la historia estadounidense: el controlado por los republicanos radicales. Este Congreso sancionó luego seminales enmiendas a la Constitución - la 13, la 14 y la 15 - además de leyes de derechos civiles, políticos, sociales y económicos que consideraron no solo a los afrodescendientes sino a los pobres del destruido y colapsado sur del país. Y ni que hablar de la de 1874-1876, que pusieron fin a la era de la Reconstrucción, legalizaron el sistema de segregación racial conocido como Jim Crow, e implicaron un retroceso enorme en materia de derechos en los que el gobierno federal hizo la vista gorda. O la de 1934, cuando la conformación de un Congreso opositor apuntó a deshacer las reformas del Primer New Deal del gobierno demócrata liderado por Franklin D. Roosevelt. O como no mencionar la elección de 1966, la primera luego de la sanción de la ley de derechos civiles de 1964 - que eliminó legalmente el sistema de segregación racial - y de la ley de derecho al voto de 1965, que hizo del tema de la raza y de la ideología racial de los partidos mayoritarios los ejes de la discusión política mainstream durante las próximas cuatro décadas, marcando un punto de inflexión en la identidad de los partidos que podemos ver aún hoy. O… bueno, creo que ya saben a donde apunto con todo esto.
¿Qué es lo que destaca entonces de este ciclo electoral? A lo que ya planteamos en dos de nuestras entregas del mes de agosto (y que pueden leer aquí y aquí), habría que sumar el fantasma del fraude electoral y volver sobre las políticas de restricción del derecho al voto que deslegitiman un sistema de representación cada vez más cuestionado por las bases. Y, por sobre todo, considerando que son las primeras elecciones después de los sucesos del 6 de enero de 2021, el peligro real de episodios de violencia política de parte de grupos que aún antes de haberse realizado la votación amenazan con desconocer los resultados. Así, tal vez lo particular es que está elección no solo parece estar impugnada antes de comenzar, sino que se caracteriza por una dosis de impredecibilidad y por la posibilidad -cada vez más real- de violencia en las calles. A la impugnación de los resultados como consecuencia de las anticipadas denuncias de fraude, supresión de derechos electorales, potencial interferencia extranjera y manipulación por prácticas de gerrymandering, se suma la incertidumbre del escenario poselectoral.
Tal vez no sean las más importantes, pero no por eso dejan de tener importancia.