"El Socialismo comienza con la democracia"
Algo viene pasando en Estados Unidos, ese país que hizo de la noción de “democracia” y de la “defensa de la libertad” la bandera de su retórica política. Al menos discursivamente... sobre todo discursivamente.
Que Estados Unidos no es una democracia no debería discutirse demasiado. En primer lugar, es una república. En segundo lugar, ya a fines del siglo XVIII, los Padres Fundadores instauraron un mecanismo constitucional específico que se mantiene hasta el día de hoy para asegurar que el sistema que caracterizaron como “la tiranía de la mayoría” no pudiera imponerse: el colegio electoral. Esto convierte a Estados Unidos, en tercer lugar, en una república indirecta, en la que el voto popular para elegir presidente es filtrado a través de la decisión de un grupo de selectos y desproporcionalmente distribuidos delegados1. En cuarto lugar, los 50 estados vienen instaurado cada vez más y mayores obstáculos para el ejercicio de lo que siempre fue más un privilegio que un derecho: el voto.
Lo que resalta es que ciertos conservadores no creen necesario seguir sosteniendo la narrativa. Apelando a una frase muy popular por estos días, muchos are saying the quiet part out loud. El 8 de mayo, en un encuentro de recaudación de fondos de campaña, el candidato del partido republicano a la gobernación de Michigan, Ryan Kelley, afirmó:
el socialismo comienza con la democracia. Ese es el lema de la izquierda. Quieren impulsar esta idea de la democracia, que se convierte en socialismo, que sin excepción se convierte en comunismo.
Más allá del cóctel teórico-conceptual, Kelley no hizo más que sumar su voz al coro de los que postulan su desprecio por la democracia como sistema de representación y legitimación política. En 2020, poco antes de que se revelara que el Federal Bureau of Investigations (FBI) había desarticulado un complot de un grupo paramilitar de supremacistas blancos para secuestrar a la gobernadora de Michigan, el senador republicano por el estado de Utah, Mike Lee, publicó una serie de tweets en los que afirmó:
No somos una democracia
La democracia no es el objetivo: la libertad, la paz y la prosperidad lo son [...] Queremos que la condición humana florezca. [Y] La democracia de base puede frustrar eso.
Pero Lee no se quedó ahí. Ante la andanada de críticas recibidas, el senador publicó un op-ed (una suerte de editorial) titulada Of Course We're Not a Democracy en el que no solo reconoce que la Constitución de Estados Unidos es “fundamentalmente anti-democrática”, sino que agregó:
Nuestro sistema de gobierno se describe mejor como una república constitucional. El poder no se encuentra en meras mayorías, sino en un poder cuidadosamente equilibrado. Según nuestra Constitución, la aprobación de un proyecto de ley en la Cámara de Representantes, el órgano que mejor refleja las opiniones de la mayoría actual, no es suficiente para que se convierta en ley. La legislación también debe ser aprobada por el Senado, donde cada estado está representado por igual (independientemente de la cantidad de población), donde los miembros tienen mandatos más largos y donde (según las reglas actuales) generalmente se requiere un voto de una gran mayoría [2/3] para cerrar el debate. (…)
Una vez aprobado por ambas cámaras del Congreso, un proyecto legislativo no se convierte en ley hasta que lo firma (o lo aprueba) el presidente, quien, por supuesto, no es elegido por el voto popular, sino por el colegio electoral de los estados.
Y luego, por fin, la Corte Suprema, un cuerpo que no consiste en funcionarios electos, sino en personas designadas para cargos vitalicios, tiene el poder de derogar las leyes que violan la Constitución. ¿Qué podría ser más anti-democrático?
Lo dijo él, no yo. Luego continúa diciendo:
Tengan la seguridad de que cada uno de los que me atacó por acreditar correctamente el éxito político de Estados Unidos a que somos una república, no una democracia, apoya el sistema anti-democrático de controles y equilibrios para aquellas decisiones con las que no está de acuerdo. Mis críticos apoyan las decisiones de la Corte Suprema que anularon leyes promulgadas democráticamente. Apoyan al obstruccionismo demócrata a legislación conservadora propuesta, por ejemplo, para derogar Obamacare o construir un muro fronterizo para detener la inmigración ilegal.
Estos posicionamientos son más que una tendencia actual. Ya en la década de 1960, la John Birch Society (JBS, 1958) postulaba que Estados Unidos no era una democracia sino una “república constitucional”, en la que el voto debía ser calificado y restringido. Esto, en el contexto de auge del movimiento negro por los derechos civiles - en el que el colectivo demandaba tanto derechos político-electorales (“una persona, un voto”), como el fin de la segregación, la discriminación y la inequidad - y el movimiento feminista que impulsó la Enmienda por la Paridad de Género (Equal Rights Amendment).
La JBS se identificó profundamente con el anti-comunismo, anti-internacionalismo, anti-estatismo, eran contrarios a cualquier movimiento social o laboral que atentara contra el statu-quo - a los que tildaron de “subversivos” y “comunistas”-, y partidarios de las teorías conspirativas2. Diferentes fuentes refieren que llegó a tener entre 50.000 y 100.000 miembros y se la considera el germen del movimiento ultraconservador y de extrema derecha que luego conformarían la Mayoría Moral y la Nueva Derecha Cristiana que se encumbró durante los años de Ronald Reagan (1981-1988) y cobró nuevo impulso en la década de 2010 con el Tea Party y el Trumpismo. El Southern Poverty Law Center incluye a la JBS entre los grupos que “defienden o adhieren a doctrinas antigubernamentales extremas”.
A su vez, la JBS recuperó los postulados de la ideología racial y política del supremacismo blanco de la era de la posguerra civil estadounidense, que se oponía a la emancipación de las personas esclavizadas y al otorgamiento de derechos políticos a los afrodescendientes. Proclamaba que los negros elegirían representantes que prometieran cosas como acceso a la educación, la salud, la tierra y el mercado laboral. Estos “beneficios” sólo podrían ser costeados a través del cobro de impuestos a la devastada clase terrateniente blanca. Por lo tanto, el voto negro conduciría a una redistribución de la riqueza, lo que era esencialmente "socialismo".
En pocas palabras, la expansión del derecho al voto - la base de la democracia - es, en su naturaleza, una amenaza al sistema político estadounidense.
En marzo de 2020, en el marco del debate sobre cómo asegurar la celebración de las elecciones presidenciales en el contexto de la pandemia, Donald J. Trump afirmó que implementar medidas para facilitar el ejercicio de los derechos electorales perjudicaría al partido republicano. ¿La razón? Simple: “nunca más se volvería a elegir a un republicano en este país”. Cuarenta años antes (1980), Paul Weyrich - uno de los fundadores de la Heritage Foundation - dijo abiertamente: “No quiero que todos voten… Francamente, nuestra influencia en las elecciones aumenta a medida que disminuye el padrón electoral”.
Lo dijeron ellos, no yo.
Este movimiento expansivo por una república restringida parece ser una característica estructural del sistema político estadounidense. Prácticas como el gerrymandering, la sanción de leyes de restricción electoral, el cierre de centros de votación, la purga indiscriminada de padrones electorales y la prohibición del voto por correo en lugares donde antes se podía hacerlo pasaron a ser la norma más que la excepción. También lo fue la derogación de secciones importantes de la Ley de derecho al voto (1965) y la negativa de los republicanos a dar quórum para tratar la Ley de derechos electorales John Lewis (2021). Ello no quita que los movimientos de derechos civiles busquen constantemente combatir estás prácticas tan legales como injustas.
Tal vez sea esta una de las razones por las que en los últimos dos informes del International Institute for Democracy and Electoral Assistance (IDEA), Estados Unidos ha sido catalogado como una "democracia en retroceso", en un contexto de aumento global de tendencias autoritarias y de gobiernos anti-democráticos. Para IDEA, las infundadas denuncias de Trump de fraude, la negativa a reconocer la derrota electoral certificada por todos los niveles de gobierno (estadual y federal) y la posterior toma violenta del Capitolio en la jornada de certificación de los votos del colegio electoral "realmente hizo sonar las alarmas de una manera más severa que antes". El informe también advirtió que más de una cuarta parte de la población mundial vive en países con tendencias democráticas en retroceso que, junto con los que ya vivían bajo regímenes autócratas, constituyen más de dos tercios de la población total.
Luego de las elecciones presidenciales de 2016, salieron a la luz unas declaraciones de 2009 que Stephen Moore - asesor económico de Trump y candidato para el Banco Central de Estados Unidos - realizó para el documental Capitalism: A Love Story:
El capitalismo es mucho más importante que la democracia. No soy un gran creyente en la democracia. Siempre digo que la democracia es cómo dos lobos y una oveja decidiendo qué cenar. … Mire, estoy a favor de que la gente tenga derecho a votar y cosas así. Pero hay muchos países que tienen derecho a votar y siguen siendo pobres. La democracia no siempre conduce a una buena economía o incluso a un buen sistema político.
Claramente, hay que dar un profundo debate sobre cuál es el significado de la noción de “democracia” tanto en Estados Unidos como en los países de nuestra región, preguntarnos de qué hablamos al hablar de democracia, y en qué medida se relaciona con la promoción y defensa del sistema capitalista. El libro de la autora canadiense Ellen Meiksins Wood, Democracia contra Capitalismo, puede ser un excelente punto de partida. Y gracias a Emiliano Domínguez tengo la oportunidad de compartírselos a través de este link.
Y si les interesa seguir con estos temas, esto de Pablo Pozzi incluye provocadoras ideas para llevar el debate más allá.
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El texto de Ursula Wolfe-Rocca para Zinn Education Project, Teaching People’s History titulado “The United States Is Not a Democracy. Stop Telling Students That It Is” expande las referencias históricas en relación a estos puntos, enfocándose particularmente en la naturaleza anti-democrática de la conformación y establecimiento del Colegio Electoral, y la importancia de cuestionar las premisas de su constitución y pervivencia.
Ronald Story y Bruce Lauri, The rise of conservatism in America (1945-2000). A brief history with documents (Bedford/St. Martins, Boston, 2008), págs. 54-59. Robert Welch, uno de los fundadores de la JBS, escribió en “The Blue Book of the John Birch Society” (1959): “The whole slogan of “civil rights” as used to make trouble in the South today, is an exact parallel to the slogan of “agrarian reform” which they sued in China”. Ídem, pág. 58.