Febrero, 2022 | Pura coincidencia
Iba a mandar esta entrega en unos días, pero dados los acontecimientos de la jornada, me parece pertinente apelar a las reflexiones que pueden habilitar sobre ciertos episodios de la historia. Especialmente, aquellas que nos muestran que los que pierden en ciertas circunstancias son siempre los mas débiles.
Desde el 20 de febrero, la seguidilla de sucesos que sobre-escaló el conflicto en Ucrania ocupó los titulares de todo el mundo. Y desde este singular espacio también tratamos de ofrecer, en la segunda y sexta entrega, algunos elementos para empezar a entender un poco mejor lo que está pasando.
Como les dije en alguna ocasión, lo insólito no siempre hace a lo inédito. Y lo que sigue es la breve historia de, sí, un conflicto entre países fronterizos, que luego del accionar de un grupo separatista con ciertos sentimientos nacionalistas, seguido de un pedido de ayuda militar a la potencia regional, derivó en la independencia de un territorio, una guerra y posterior anexión al país vecino, ampliando exponencialmente su territorio y - con ello - su poderío.
Esta historia comenzó en México, 1836.
Los separatistas
La “sublevación independentista de Tejas” comenzó cuando colonos ganaderos y algodoneros anglo-estadounidense - que se habían ido asentado en Tejas desde la década de 18201 , poco antes del fin de la guerra por la independencia de México - iniciaron un movimiento de oposición a medidas regulatorias del gobierno central.
En “La Vejación de México”, Roberto Ferrero nota que esa región, en pos del fomento económico del capital extranjero, se encontraba muy laxamente controlada por el gobierno mejicano y era escenario de importantes inversiones estadounidenses. Grandes extensiones de territorio pertenecían a compañías de tierras, latifundistas norteamericanos o monopolios mineros (muchos de los cuales utilizaban mano de obra esclavizada), que sumaban alrededor de 20.000 personas hacia 1834, mientras los mejicanos no pasaban de tres mil.
Con el antecedente de una solicitud denegada por el gobierno mexicano de permitir la separación del territorio de Tejas del Estado de Coahuila para conformar una entidad autónoma al amparo de la Constitución de 1824, las relaciones entre los colonos anglo-norteamericanos y el gobierno mexicano comenzaron a tensarse.
Después del golpe de estado liderado por el General Antonio López de Santa Anna en 1835 y la derogación de la Constitución, se instauró un régimen centralista. Negándose a perder autonomía, Tejas experimentó una revitalización de sentimientos separatistas. Una cuestión que causaba particular rechazo entre los colonos era la posibilidad de que el gobierno mexicano, que había prohibido la esclavitud en 1829 y puesto fin a las importaciones de mano de obra esclavizada, los obligase a liberar a personas que consideraban de su propiedad y contratar trabajadores libres. A los ojos de los colonos, ya bastante malo era el postulado constitucional de que nadie podía nacer esclavizado en suelo mexicano. Este fue uno de los principales motivos por el que, luego de dos levantamientos contra el gobierno central, los colonos buscaron ayuda de Washington en su “lucha por la libertad”. Estados Unidos aceptaba legalmente la esclavitud al sur del paralelo 36° 30’, veía con buenos ojos su expansión hacia el oeste, y de incorporarse Texas a la Unión tendrían el beneficio de no tener que pagar impuestos aduaneros. Win-Win.
En este contexto, aprovechando la inestabilidad político-económica, la debilidad del gobierno central de México y las tendencias autonomistas de los gobiernos locales, la Administración del expansionista Andrew Jackson envió primero dinero, armas y pertrechos y, luego, tropas para apoyar al “territorio rebelde” que pronto declaró su independencia.
La República de la Estrella Solitaria
Texas declaró su independencia el 2 de marzo de 1836 en una convención en Washington D.C. Eligieron como presidente de la nueva república a David Gouverneur Burnet, redactaron una constitución “a la norteamericana”, y legalizaron la esclavitud y el comercio de personas esclavizadas.
Fast forward ⏩ el General Sam Houston, la mítica batalla de El Álamo, Jim Bowie y David Crockett, la derrota del ejército mexicano y la captura de Santa Anna quien, como prisionero de guerra, reconoció la independencia de los tejanos.
Texas se convirtió en la República de la Estrella Solitaria y fue reconocida por Estados Unidos en 1837, y luego por los países con intereses en la zona - Francia (1839), Gran Bretaña(1842), Países Bajos y Bélgica -, pero no así por México. Sin embargo, su inmediato pedido de anexión a la Unión no fue concedido por el Congreso estadounidense por razones de política doméstica: la imperiosa necesidad de mantener el frágil equilibrio de poder entre los estados. Estados esclavistas y “libres” estaban igualados en un polarizado Senado, cada bloque con trece Estados y 26 senadores. Si se aceptaba la incorporación de Texas sería en su condición de estado esclavista, lo que pondría al sur en ventaja política en la Cámara Alta.
Muchos vieron esto con beneplácito, ya que pensaron que la nueva república independiente actuaría mejor como una suerte de buffer para contener las tendencias expansivas estadounidenses tanto hacia la frontera con México como hacia las zonas de interese de potencias europeas en Latinoamérica. Pero pasaron cosas.
La Administración Polk, el expansionismo y la anexión
La idea del destino manifiesto - la creencia de que Estados Unidos está predestinado a ocupar y desarrollarse en forma constante por fuera de sus fronteras - era ampliamente aceptada entre el establishment económico-político y se estaba convirtiendo, por fuerza de la propaganda, en un sentido común social.
James K. Polk había ganado las elecciones de 1844 con una plataforma - para usar las palabras del historiador Thomas Bender - “extravagantemente expansionista”2 y de nacionalismo territorial que demandaba la “recuperación” de Oregón y la “reanexión” de Texas. Sobre Oregon existía un acuerdo de ocupación conjunta firmado por Estados Unidos y Gran Bretaña que estipulaba términos de permanencia y finalización de la ocupación. Texas había sido, lisa y llanamente, una provincia mexicana.
Polk implementó una agresiva política de expansión continental, tanto por vía diplomática y comercial (la compra de tierras) como militar (las guerras contra las comunidades indígenas, su genocidio, remoción y desplazamiento). Y Texas era un territorio codiciado. Incluso antes de 1829, cuando el presidente Jackson propuso a México su compra luego de que dos años antes un grupo de rancheros encabezados por Haden Edwards, especulador de tierras y dueño de una empresa colonizadora, habían intentado independizar el territorio y fundar la “República de Fredonia”.
Hacia 1845, las autoridades mexicanas parecían ya dispuestas a reconocer la independencia de Texas y entablar conversaciones al respecto, pero con la pre-condición de su no incorporación a los Estados Unidos de América. Pero en marzo de 1845, “tras unas elecciones presidenciales cuyo resultado podía interpretarse como ilustrativo del resultado popular a la anexión”3, una resolución conjunta de ambas Cámaras del Congreso aprobó el tratado de anexión de Texas a la Unión.
A continuación, y en uno de los primeros actos de gobierno de su presidencia, Polk ordenó el envío de tropas a Texas para disuadir a México de recuperar el territorio anexionado. Seguidamente, autorizó al ejército a avanzar más allá de las fronteras de Texas e invadir territorio mexicano, y mandó a un enviado a Ciudad de México con un ofrecimiento. Estados Unidos se haría cargo de las demandas impagas de ciudadanos norteamericanos contra México por la pérdida de propiedades durante la revolución mexicana. A cambio, México aceptaría una nueva frontera y la pérdida de territorios hasta el Río Grande que incluían New Mexico y California.4
México, que ya había roto relaciones diplomáticas con Washington, se rehusó a recibir al enviado de Polk. Mientras tanto, en la frontera comenzaron los enfrentamientos entre las tropas apostadas por ambos países, que dejaron un saldo de 16 norteamericanos muertos o heridos. Y fue entonces cuando estallaron abiertamente las hostilidades.
La guerra mexicano-estadounidense (1846-1848)
Apelando a la más pura manipulación retórica (“México ha cruzado la frontera de los Estados Unidos, ha invadido nuestro territorio y derramado sangre estadounidense sobre suelo estadounidense”), Polk declaró la guerra en 1846.
El Ejercito y la Marina estadounidense avanzaron sobre el centro-norte de México, la costa del Golfo, California y llegaron a ocupar Ciudad de México, declarando anexiones territoriales a diestra y siniestra.
Dos años, más de 25.000 muertos del bando mexicano y 13.000 del estadounidense después, se concertó la firma del infame tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848).
Parte del acuerdo de paz para poner fin a la ocupación militar estadounidense fue la cesión mexicana del 55% de su territorio (2,5 millones de kilómetros cuadrados de los actuales estados de Arizona, California, Nuevo México, Texas, Colorado, Nevada, y Utah)… con la población que en ellos se encontraba. Los habitantes de ascendencia mexicana de esos millones de kilómetros pasarían décadas reclamando derechos ancentrales y la pérdida sistemática de sus propiedades, además de sufrir el racismo y la discriminación producto de la reacción nativista a incorporar una población “extranjera, católica y no anglosajona” al territorio estadounidense.
México también renunció a sus reclamos territoriales sobre Texas y reconoció el corrimiento de su frontera sur al Río Grande. Por su parte, Estados Unidos se hizo cargo de los reclamos de colonos estadounidenses a México y pagaron 15 millones de dólares “en consideración de la extensión adquirida por las fronteras de Estados Unidos” (Artículo XII del tratado), la mitad de lo que estaban dispuestos a ofrecer previamente por la compra de los territorios cedidos.
El tratado fue ratificado por el senado en 1848, permitiéndole a Estados Unidos completar su expansión continental y lograr el tan preciado acceso a las costas del Pacífico.
Ulysses S. Grant, quien fue oficial durante la guerra, escribió en sus memorias de 1885 que el conflicto con México fue “uno de los más injustos librados por una potencia más fuerte contra una nación más débil”5.
Esta historia, que no llegamos abordamos aquí en toda su complejidad, no pretende ser más que un disparador para pensar paralelismos, similitudes y diferencias; y repensar categorías como estado-nación, soberanía, y derecho a la autodeterminación y/o a la integridad territorial. Las conclusiones se las dejo a ustedes. Una de las mías: en los procesos históricos siempre encontramos lecciones que ni los mejores estadistas deberían ignorar.
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En 1820 fue aprobada una ley que apuntaba al poblamiento y desarrollo económico de la región. La misma autorizaba la entrega a los colonos que quisieran asentarse en dicho territorio de parcelas prácticamente gratis: 640 acres por jefe de familia, más 320 para su esposa, 100 por cada hijo, y 80 por cada esclavo. Los colonos quedaban eximidos del pago de impuestos por un plazo de siete años, y los comerciantes eran exentos del pago de impuestos por el comercio con el vecino del norte.
Thomas Bender, “Historia de los Estados Unidos de América. Una nación entre naciones”, Siglo XXI Editores, 2015, p. 129.
Idem.
Charles Sellers, Henry May y Neil McMillen, “Sinopsis de la historia de los Estados Unidos”, Editorial Fraterna, 1988, p. 283.
Thomas Bender, op. cit. p. 212.