Racismo, antirracismo y la nominación a la Corte Suprema de los Estados Unidos
Una de las noticias de mayor impacto doméstico del mes de enero para la Administración Biden fue que Stephen Breyer, Juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, planea jubilarse en el mes de julio de 2022.
Breyer, de 83 años, caracterizado como el “líder” del grupo de jueces “liberales” de la Corte (junto a Elena Kagan y Sonia Sotomayor), fue nominado por Bill Clinton en 1994.
Durante la campaña electoral para las presidenciales de 2020, Joe Biden declaró que, de darse este escenario, nominaría a una mujer afroestadounidense para ocupar el cargo. La reiteración de esa intención ante el anuncio de Breyer desató cierta controversia y una unánime oposición de los sectores conservadores.
Aún antes de que la Casa Blanca diera a conocer la lista de posibles nominados, ya se escucharon acusaciones de “acción afirmativa”, “discriminación a la inversa” (un día vamos a hablar de la particularidad de ese concepto), “discriminación inconstitucional” y contundentes afirmaciones de que el género y/o la raza no deberían ser factores determinantes en el proceso de nominación. La frase más popular proclama que la persona nominada debería ser “simplemente la más calificada para el cargo”.
Esta postura parte de premisas que hay que revisar. En primer lugar, insinúa que la persona a nominar no va a estar calificada. En segundo lugar, esa suposición de “falta de calificación” se plantea específicamente en referencia a una raza/género determinado, ya que la duda no parece surgir cuando se refiere a otros potenciales candidatos. Lo que, en tercer lugar, revela el racismo y sexismo de dicha premisa.
Pero vayamos por partes.
1. Los nombres que se encontrarían en la lista corta de preseleccionadxs incluyen mujeres con enorme trayectoria, logros y experiencia en el campo judicial y de la lucha por los derechos civiles, además de ser pioneras en sus campos de inserción laboral. Es decir, hablamos de destacadas profesionales que ya han tenido que romper el “techo de cristal” mucho antes de que sus nombres fueran siquiera considerados para la Corte Suprema.
Entre ellas se encuentran:
Michelle Alexander, excepcional abogada, profesora universitaria, investigadora, directora fundadora del Racial Justice Project de la American Civil Liberties Union (ACLU) de Northern California y autora de The New Jim Crow: Mass Incarceration in the age of colorblindess (para los interesados, pueden descargarlo de aquí);
Kristen Clarke, abogada y Fiscal General Adjunta de la División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia de Estados Unidos, donde comenzó como abogada litigante; ex jefa de la Oficina de Derechos Civiles de la Fiscalía General del Estado de Nueva York, ex co-directora del Grupo de Participación Política, Fondo Educativo y de Defensa Legal de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), una de las organizaciones de derechos civiles más importantes del país.
Sherrilyn Ifill, abogada y profesora universitaria de derecho; presidenta, directora y miembro del consejo directivo del Fondo Educativo y de Defensa Legal de la NAACP; y autora de On the Courthouse Lawn: Confronting the Legacy of Lynching in the 21st Century.
Ketanji Brown Jackson, abogada de gran trayectoria en los Tribunales del distrito de Columbia, comenzó como defensora pública y llegó a desempeñarse como Jueza del Tribunal de Apelaciones de los Estados Unidos para dicho Distrito; ex vicepresidenta de la Comisión de Sentencias de Estados Unidos y ex secretaria legal de diferentes jueces de Tribunales de Distrito, entre ellos, el Juez Stephen Breyer.
Leondra Reid Kruger es jueza asociada de la Corte Suprema de California desde 2015. Abogada y profesora universitaria, trabajó para el juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, John Paul Stevens; y fue procuradora general adjunta interina de los Estados Unidos.
Cheri Beasley, candidata a senadora por Carolina del Norte. Fue defensora pública, presidenta de la Corte Suprema de ese estado, Jueza Asociada del Tribunal de Apelaciones y Jueza de Distrito.
2. Históricamente, tanto el género (masculino) como la raza (blanca) jugaron un rol excluyente en la nominación y selección de candidatos tanto a la Corte, como a infinidad de otros espacios laborales y educativos. Como ha destacado Steve Vladeck, profesor de derecho de la Universidad de Texas, de los 115 jueces que tuvo la Corte Suprema desde su creación en 1789, 108 (ciento ocho) fueron hombres blancos, 2 (dos) hombres negros, 5 (cinco) han sido mujeres (cuatro de raza blanca y una de ascendencia latina, la Jueza Sotomayor). ¿Otra vez? 108 de los 115 jueces de la Corte Suprema han sido hombres blancos. Si hoy hablamos de la posibilidad de que se nomine a la primera mujer afrodescendiente a la Corte Suprema es porque la raza y el género prevalecieron como factores tanto incluyentes como excluyentes para la selección de candidatos, independientemente de sus calificaciones.
3. Lo que parece haber levantado semejante polvareda no ha sido tanto la cuestión del género, como la racial. En 2020, el ex presidente Donald Trump afirmó que nominaría a una mujer a la Corte Suprema (Amy Coney Barrett), finalmente confirmada, y lejos estuvo de generarse este debate. Sin embargo, parece que la interseccionalidad del criterio racial y de género ha desatado otras discusiones, entre ellas, la de que sea una mujer negra la que reemplace a un hombre blanco. La vez anterior, una mujer (Coney Barrett) reemplazó a una mujer (la jueza Ruth Bader Ginsburg), lo que muchos vieron como “mantener el equilibrio”, más allá de las tendencias políticas que representaba cada una. Pero ahora, grupos conservadores sienten - y así lo han expresado - que la balanza se está inclinando en forma peligrosamente desfavorable.
El historiador Ibram X. Kendi - autor del gran libro Stamped from the Beginning: The Definitive History of Racist Ideas in America (y que en otro acto populista de mi parte, pueden descargar de aquí) ha notado que hay dos respuestas posibles ante esta “controversia”.
“Cuando la institución [en este caso, el gobierno federal] afirma explícitamente que dejará de excluir a las mujeres negras, dice que incluirá a una mujer negra calificada, la respuesta antirracista es *por fin*. Miren a todas las mujeres negras altamente calificadas que han sido excluidas a lo largo de los años. Elijan a una.
Mientras tanto, la respuesta racista es la indignación. Ser racista es ver el nuevo esfuerzo por INCLUIR (al grupo excluido) como el nuevo esfuerzo por EXCLUIR (al grupo supuestamente “calificado”). La sola presencia de una persona negra en un puesto codiciado significa que esa persona negra ha recibido un "tratamiento especial".
Pero por lógica racista, los hombres blancos no han recibido un "tratamiento especial"; no, han predominado en la Corte porque son superiores; su predominio en posiciones codiciadas en la sociedad refleja la meritocracia estadounidense.
Por lógica racista, el statu quo desigual es justo… los esfuerzos por eliminar las disparidades son injustos, son discriminatorios, son cuotas de acción afirmativa, son ataques a la meritocracia.”
La nominación de una mujer afrodescendiente va a darle la - dilatada - oportunidad al gobierno federal de tener en un importante cargo no solo a alguien altamente calificado, que ya demostró por demás sus capacidades y cualificaciones, sino que abrirá la puerta a conformar una Corte un poco más diversa y menos monolítica, aunque igual de conservadora, debido a la mayoría de jueces de esta tendencia1.
Pero también dará lugar a una batalla en el espacio que históricamente se ha encargado de preservar el statu quo, el Senado, donde los republicanos ya han insinuado que no confirmarán a un (potencial) candidato del que, hoy por hoy, se ha sugerido poco más que su género y condición racial.
… ¿Como era eso de las calificaciones para el cargo?
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El bloque conservador de la Corte Suprema de los Estados Unidos lo conforman los jueces Clarence Thomas, Samuel Alito, John Roberts, Neil Gorsuch, Amy Coney Barrett y Brett Kavanaugh, estos tres últimos nombrados por la Administración de Donald Trump.