Si recuerdan, en una de nuestras entregas de abril, hablamos de que pocos sectores reivindican, conmemoran o recuerdan el Primero de Mayo en tanto Día del Trabajador en el país cuyo movimiento obrero impulsó la jornada. En su lugar, se impuso - desde arriba - un Día del Trabajo (Labor Day) el primer lunes de septiembre, cargado de un simbolismo muy distinto al del - reivindicado desde abajo - Primero de Mayo.
La alegórica entrega de esta semana va a estar a cargo de la pluma de mi colega Malena López Palmero, en un nuevo take-over que preparamos para ustedes.
El 5 de septiembre de 2022 es feriado en Estados Unidos. Ese día se celebró, como cada primer lunes de septiembre desde 1894, el Día del Trabajo. Ello resulta curioso, ya que ese país dio origen a la conmemoración del Día Internacional del Trabajador el Primero de Mayo en reconocimiento a los llamados Mártires de Chicago durante la intensa lucha por la jornada de 8 horas, en la década de 1880. Más curioso aún, el Primero de Mayo en Estados Unidos es el día de la Lealtad, y es inamovible. Ese día, según la resolución parlamentaria de 1958, es designado el Día de la Lealtad “para la reafirmación de la lealtad hacia los Estados Unidos de América y el reconocimiento de la herencia de la libertad americana”.
Las festividades, así como los monumentos y los símbolos patrios, han sido siempre dispositivos para la construcción de una identidad nacional. Pero en Estados Unidos, el Día del Trabajo tiene una significación muy profunda a causa de las intervenciones a las que ha sido sometido para despojarlo de sus conflictivos orígenes y a la vez tomar distancia respecto del Día Internacional del Trabajador. La fabricación del Día del Trabajo, cada primer lunes de septiembre, implica volver necesariamente sobre el Primero de Mayo y sobre el lugar que ocupa en la memoria colectiva.
El primero de mayo de 1886 fue el día fijado por los trabajadores organizados, en sindicatos de todos los espectros políticos, para exigir la inmediata puesta en vigor de una ley federal por la jornada de ocho horas. Los obreros exigían “ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de ocio”. En rigor, la propuesta era reemplazar una ley federal que, desde 1868, admitía tantas excepciones que era totalmente impracticable en el sector privado y parcialmente en el sector estatal, como en la obra pública. Se estima que para fines de siglo, una jornada laboral promedio giraba en torno a las once horas diarias. A ello se le agregaban los bajos salarios, altos índices de desempleo, pésimas condiciones de seguridad e higiene en el trabajo, etc.
La movilización del primero de mayo de 1886 fue tan importante que el líder sindical Samuel Gompers señaló que el Primero de Mayo sería recordado por siempre como la segunda Declaración de la Independencia. Se estima que cerca de 350.000 trabajadores se concentraron en ciudades grandes y pequeñas, en las industriales y también en aquellas del ámbito rural. Ese día, en el Sur, marcharon codo a codo blancos y negros, desafiando así las indelebles barreras raciales de la época. Solo en Chicago se movilizaron cerca de 90.000 trabajadores, de los cuales entre 30.000 y 40.000 estaban en huelga.
Entre estos últimos se encontraban los obreros metalúrgicos de la fábrica de máquinas cosechadoras McCormick, quienes desde febrero demandaban la reincorporación de sus delegados sindicales (de la filial local de la Noble y Sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo). El 3 de mayo una violenta secuencia enfrentó a trabajadores y esquiroles, a lo que se sumaron los trabajadores de una maderera cercana y terminó con la intervención de la policía, que disparó sobre la multitud. Un trabajador murió inmediatamente y tres más poco después, como resultado de las heridas.
Al día siguiente, el 4 de mayo, cerca de 3000 trabajadores de Chicago se concentraron en la plaza Haymarket, convocados por los activos referentes locales de un sindicato anarquista (la Asociación Internacional de los Trabajadores), para repudiar la represión y volver a exigir la jornada de 8 horas. Cuando estaba por terminar el acto y ya quedaba poca gente, una cantidad equivalente pero de policías (unos 180) irrumpió para poner fin a la manifestación. Fue entonces cuando estalló una bomba entre sus filas, que mató a uno de los agentes e hirió de muerte a seis más. Nuevamente, la policía abrió fuego indiscriminado, de lo que resultó un muerto y cientos de heridos, incluyendo a unos cuantos de los suyos, que llegaron a superar a la cantidad de heridos por la bomba.
Lo que siguió fue un proceso judicial plagado de irregularidades contra ocho líderes anarquistas, acusados de conspirar en el atentado. August Spies, Albert Parsons, Georg Engels, Adolph Fischer y Louis Lingg fueron condenados a muerte, lo cual se consumó el 11 de noviembre de 1887. Acompañaron sus exequias cerca de 25.000 personas. Lingg se suicidó un día antes, o por lo menos eso se cree por el cartucho de dinamita que le explotó en la boca, en su celda. Los restantes tres acusados, Oscar Neebe, Michael Schwab y Samuel Fielden fueron condenados a prisión (15 años para Neebe y perpetua para los otros dos). Las irregularidades del juicio fueron evidentes: allanamientos ilegales, testigos falsos, montajes de pruebas, un jurado elegido especialmente por sus “buenas referencias en la industria o el comercio”, extorsiones y hasta torturas. Según un funcionario judicial del estado de Illinois, la anarquía era lo que estaba en juicio, y con la condena ejemplar a sus líderes se salvarían las instituciones.
Las voces de protestas rebalsaron el ámbito nacional y se hicieron escuchar en manifestaciones en Francia, Inglaterra, Holanda, España, Italia y Rusia, e interpelaron tanto a trabajadores como a intelectuales y artistas de renombre (George Bernard Shaw, William Morris, Piotr Kropotkin, entre otros). Las denuncias contra la infamia judicial se prolongaron por años, hasta que finalmente el gobernador del Illinois, John Altgeld, concedió el indulto a los tres sobrevivientes presos, a mediados de 1893.
El Primero de Mayo fue declarado Día Internacional de los Trabajadores por parte de la Segunda Internacional Socialista, en su congreso fundacional de París, de mediados de 1889. La fecha conmemoraba, según Federico Engels, las intensas luchas por la jornada de ocho horas que había tenido lugar en el país más industrializado del mundo. Desde el 1890, cada Primero de Mayo es celebrado por los trabajadores de casi todo el mundo. Ese año en Argentina, cerca de 3000 obreros se congregaron en la ciudad de Buenos Aires y también hubo actos en Rosario y Bahía Blanca. Pero en Estados Unidos, las organizaciones obreras (especialmente la refundada -en diciembre de 1886- American Federation of Labor -AFL-) no se adecuaron a la propuesta internacionalista del Primero de Mayo y se afirmaron en el primer lunes de septiembre. Esa fecha rememoraba las jornadas de lucha de los trabajadores neoyorkinos organizados por la federación obrera antecesora de AFL, que desde 1882 convocó a miles de trabajadores en la “plaza roja” de Union Square para reclamar por la jornada de ocho horas. Pero más allá del sello sindical de la fecha de septiembre, los obreros estadounidenses, incluso los agremiados en la más moderada AFL, siguieron marchando cada Primero de Mayo, los años subsiguientes a los sucesos de Haymarket.
El viraje decisivo del calendario de feriados fue dado por la ley federal de 1894, adoptando la genealogía propuesta por la AFL. El primer lunes de septiembre, que a la sazón también llenaba convenientemente un hueco entre la celebración de la Independencia y el Día de Acción de Gracias, pasó a ser el Día del Trabajo (no así, el Día del Trabajador). Ese día se conmemora el esfuerzo mancomunado entre los trabajadores y los otros factores de la producción (empresarios y banqueros) que contribuyen al progreso económico del país. El detalle sintáctico de la fecha es un aspecto más de la lucha simbólica sobre el Primero de Mayo. Los monumentos también son testigos mudos de las intervenciones que se han hecho sobre la memoria colectiva.
Hasta no hace mucho, en la plaza Haymarket de Chicago se emplazaba la estatua de un policía, con su leyenda “Alto, en nombre de la ley”. Este monumento se inauguró en mayo de 1889 y fue construido con fondos privados en honor a “los defensores en los disturbios del 4 de mayo de 1886”. La efigie del policía fue bombardeada dos veces, en los convulsionados años de 1969-1970, vuelta a reconstruir, y permanentemente objeto de pintadas y sabotajes, al punto tal que se decidió su traslado a la academia de policía de Chicago, sin acceso al público.
Por su parte, en el cementerio Waldheim de Chicago se encuentra el monumento a los Mártires de Chicago, una estatua de bronce elaborada por Albert Weiner en 1893 y financiada por una cooperativa de trabajadores. La obra evoca a la Justicia posando una corona de laurel sobre un trabajador caído, quien mantiene aún su puño cerrado en señal de lucha. En la base figura “1887”, el año de la ejecución de los cinco anarquistas, y la siguiente leyenda: “Llegará el día en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy estrangulan”. Desde 1997, este memorial también contiene una placa del gobierno nacional, en el cual se reconoce la contribución de la lucha de los trabajadores en la historia de los Estados Unidos. Pero es precisamente ese confinamiento del Primero de Mayo al pasado, a la historia nacional que se propone, lineal y progresiva, como la historia de la expansión de la libertad, lo que permitió la fabricación del Día del Trabajo un día como hoy, primer lunes de septiembre.
Sobre la autora
Malena López Palmero es Doctora en Historia y docente de la asignatura de Historia de Estados Unidos en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de San Martín y el Instituto Superior de Formación Docente N° 39 “Jean Piaget”.