Febrero, 2022 | No siempre es "la economía, estúpido"
En 1992, James Carville, asesor de Bill Clinton durante la campaña presidencial que lo llevó a la Casa Blanca, popularizó una frase que - amén de sus posteriores usos e interpretaciones- se convirtió en eslogan: “the economy, stupid!”.
Por aquel entonces, el republicano George H. W. Bush (1989-1993) buscaba la reelección. Considerando que el punto destacado de su gestión había sido la política exterior (la caída del muro de Berlín, el fin de la Unión Soviética y, con ello, de la guerra fría; la guerra del Golfo; la invasión de Panamá y la captura de Manuel Noriega; la firma del North American Free Trade Agreement), y que el año de inicio de las primarias su popularidad rondaba el 89% , el equipo de Clinton decidió encarar la campaña enfocándose en la cuestión doméstica más apremiante, la economía.
Estados Unidos venía experimentando un proceso recesivo desde mediados del mandato de Reagan-Bush, que se aceleró en 1990. Hacia mediados de 1991, la tasa de desempleo era casi del 8%. A pesar de su retórica de equilibrio fiscal, el déficit federal impulsado por las políticas reaganianas de aumento del gasto en defensa (de la mano de la segunda guerra fría y la revitalización de la carrera armamentista y espacial) y recortes impositivos (principalmente a las grandes fortunas) condujeron a un aumento del déficit de $220.000 millones de dólares en 1990, el triple del gasto registrado hacia comienzos de los años ochenta.
La campaña demócrata giró así alrededor de tres ejes:
“Cambio o más de lo mismo”
“La economía, estúpido”
“No olvidemos el sistema de salud”
El enfoque económico de recortes y ajuste federal de Clinton le ganó el mote de “el más republicano de los demócratas”. Hacia finales de su administración (2000), la Congressional Budget Office anticipaba un superávit fiscal de 4.6 trillones de dólares, éxito que ocultó una serie de cambios estructurales que asfaltaron el camino para la mega crisis de 2008.
Exactamente tres décadas después, y aún sufriendo el impacto de uno de los mayores golpes a la economía mundial desde la gran depresión de la década de 1930, la economía norteamericana muestra signos de reactivación.
A comienzos de febrero de 2022, El Departamento de Trabajo informó que entre noviembre y enero se crearon aproximadamente 1.176.000 puestos de trabajo y que el índice de desempleo - si bien en Estados Unidos las variables de medición son a veces cuestionables - había bajado al 4%. Joe Biden cerró su primer año de gestión con +6.6 millones de puestos de trabajo - más que los primeros tres años del gobierno de Donald Trump combinados - y un superávit fiscal de 119 billones de dólares.
Lucia Mutikani, especialista en macroeconomía de la agencia Reuters, agrega que
La economía [estadounidense] creció a una tasa anual del 6.9% en el cuarto trimestre [de 2021]. Las estimaciones de crecimiento para el primer trimestre [de 2022] están por debajo del 2%. Las fuertes ganancias en el empleo, acompañadas de un mayor aumento anual de salarios desde mayo de 2020, allanan el camino para que el banco central de Estados Unidos eleve las tasas de interés en marzo en al menos 25 puntos básicos para controlar la alta inflación.
Es justamente la “alta inflación” (alta comparado con que, ¿no?) la variable negra de la economía norteamericana. En noviembre, se informó que la tasa de inflación de los bienes de consumo había alcanzado un 6.2 % anual, la más alta desde 1990 (amateurs!). Sin embargo, es menester aclarar que - a pesar de la falaz afirmación realizada en cierta ocasión por un economista argentino devenido diputado de que “el mundo resolvió el problema de la inflación” - es un fenómeno mundial del que pocas economías están pudiendo escapar.
A mediados de 2021, el FMI había advertido que la inflación sería persistente y que “los bancos centrales necesitarán actuar en consecuencia”. Para diciembre, el Fondo afirmaba: “es probable que la inflación sea más alta durante más tiempo de lo que se pronosticó anteriormente”, y agregó:
El aumento de los precios del combustible y los alimentos ha provocado una mayor inflación en muchos países. Estos factores globales pueden continuar aumentando la inflación en 2022, reflejándose especialmente en los altos precios de los alimentos. Esto tiene consecuencias particularmente negativas para los hogares de los países de bajos ingresos, donde alrededor del 40 % del gasto de consumo se destina a alimentos.
Muy a pesar de la inflación, los números muestran que la política económica de Biden, su paquete de ayuda COVID de 1.9 billones de dólares y su plan aun en proceso de aprobación - conocido como Built Back Better (BBB) - ha mostrado signos alentadores.
A grandes rasgos, BBB contempla una serie de reformas políticas y programas sociales en áreas como acceso universal a los niveles pre-escolar y community college de 2 años en el nivel superior, acceso a la salud con la expansión de Medicare y Medicaid (antes de la pandemia se calculaba que al menos un 8% de la población no tenía ningún tipo de cobertura, estimaciones que aumentaron con el incremento del desempleo y la perdida de seguros de salud con la pandemia) y control de precios a medicamentos recetados, licencia con goce de sueldo por maternidad y paternidad, una asignación universal por hijo (Child Tax Credit), programas de viviendas y préstamos de acceso a la vivienda, y propuestas productivas para hacer frente al cambio climático como reducciones de carbono a cero para 2050 y transiciones energéticas en el sector automotriz, por ejemplo. Para su financiamiento se proponen nuevos planes fiscales, entre ellos, derogar los recortes de impuestos de la era Trump, restaurar el impuesto al patrimonio y aumentar la tasa del impuesto corporativo del 21% al 26% (antes de Trump, la tasa era del 35%). Además, el impuesto a las ganancias, que supo ser de 93% en los años del republicano D. Eisenhower, se elevaría del 20% al 25%, y se priorizaría la implementación de la ley de infraestructura.
El BBB cuenta con las mismas proporciones de apoyo popular y oposición republicana… y del demócrata Joe Manchin. El senador por West Virginia se opone a la inclusión del Child Tax Credit, por lo que en diciembre votó en contra de la aprobación del BBB en el Senado.
Según Data for Progress, la legislación que ampara al BBB es “muy popular” entre los estadounidenses. Incluso el polémico (?) Child Tax cuenta con sólo un 33% de rechazo popular. “Los votantes de todo el espectro político han apoyado el Build Back Better en sus diversas versiones”, siempre obteniendo en distintas encuestas una aprobación de al menos un 55%. Algunos aspectos de la misma han llegado a tener más del 75% de aprobación, como las provisiones sobre seguro de salud.
Hay quien diría que si es la economía, la popularidad de Biden tendría que haberse - cuánto menos - mantenido. Según datos de Gallup, luego del primer mes de gestión Biden contaba con un apoyo popular del 57%. Sin embargo, un año después su job approval se ubica en el 40%.
¿Cómo explicar esto?
Pues la política exterior ha sido un factor resonante. Las críticas recibidas en torno a la concreción del retiro de tropas en Afganistán; los continuos debates sobre la situación en la frontera sur, el incremento en la presencia de refugiados y la confrontación con la Corte Suprema de Estados Unidos (que analicé en un artículo para CLACSO titulado “Presidente Biden vs Texas Inmigración, política exterior y división de poderes”); el rol de Estados Unidos en el manejo global de la pandemia, una inesperada crisis con Canadá que tiene a los camioneros y a la cadena de suministros como protagonistas, la muy actual crisis en Ucrania, y los efectos económicos y geopolíticos de la confrontación con China han dominado los titulares. Pero sobre todo se ha puesto de manifiesto que las continuidades con la gestión anterior son muchísimo más que las rupturas… a pesar de que - si lo miramos con objetividad - las continuidades entre Trump y su antecesor también han sido más que las rupturas.
El segundo factor es una minoría muy ruidosa que se opone a las medidas de vacunación que se están expandiendo a lo largo del país, que han hecho que Estados Unidos no alcanzara sus propias expectativas de inmunización, y que ha incrementado los índices de polarización política en todo el país.
El tercer factor: como mencionamos en la primera entrega, si bien Trump y el ala de extrema derecha del Partido Republicano a la que el personaje dio su “ismo”, perdieron la batalla, vienen ganando la guerra. Y por afano. Ello ha provocado sentimientos de decepción y frustración entre las huestes demócratas (las bases y el ala progresista) que han visto sus propuestas diluidas por el obstruccionismo republicano (la derrota de la ley de derechos electorales John Lewis) y la tendencia a inclinarse al centro para concretar “acuerdos bi-partidistas” (todas las negociaciones de las leyes que componen el BBB y la aprobación de la ley de infraestructura por 1 billón menos de lo solicitado por la Administración). En el plano político, los republicanos son “técnicamente” la minoría en ambas cámaras del Congreso, pero no solo han logrado entorpecer el avance de la agenda legislativa del gobierno, dejando al descubierto la crisis al interior de un partido que ha perdido su identificación con las bases, sino que cooptaron el discurso y la retórica política, además del agenda-setting de los principales medios de comunicación.
El 1 de marzo Biden tendrá que realizar su discurso del Estado de la Unión ante el Congreso, esa ceremonia que da inicio a las sesiones legislativas en la que el presidente norteamericano tiene la oportunidad de hacer un balance del año que dejó atrás y de las prioridades de la agenda de la Administración para el año en curso. Seguramente referirá a muchas de las cosas mencionadas en estos párrafos, resaltando éxitos y explicando que todo lo demás no es necesariamente un fracaso. Y resaltará que la gestión es mucho más que la economía, estúpido.
Esta foto la tomé de Mark Pack, The War Room: how Clinton won in ’92 – and the importance of thanking helpers.